27. Tactiletheworld: Mi nombre es Hassan y soy Sordociego



Empieza el video con dos hombres conversando. Uno es sordociego y ambos hablan en una variante de lengua de signos apoyada mezclada con una variante del dactilológico en palma.

El otro hombre, le dice al hombre sordociego que hay una cámara grabando y le pide que se presente. Su nombre es Hassan. Luego hace su signo y, por último, añade que trabaja enseñando a niños pequeños.

(Nota: el vídeo pertenece al blog de Coco, una mujer sordociega de Canadá que aparece en el vídeo anterior de este blog. Allí se explica que el hombre que habla con Hassan es Paulshendu Temitope, conocido como Tope. Tope es una persona sorda que también trabaja como profesor en la escuela para los discapacitados de Kebbi, en Nigeria).
http://www.youtube.com/user/tactiletheworld

26. Eddy Morton, de la Sociedad de Servicios de Sordociegos de BC (Columbia Británica)



El video empieza con un plano en el que aparecen dos pares de manos hablando en LS apoyada. Son las manos de un hombre sordociego y una guía-intérprete que esperan, de pie, en la calle mientras que se prepara la entrevista. La GI le explica dónde está la cámara y los entrevistadores. Cuando todo está listo, llega la presentación: el hombre sordociego se presenta como Eddy Morton.

Eddy, trabaja en una entidad que proporciona servicios para las PSC, en concreto coordina el programa de voluntarios que trabajan con las PSC. A pesar de que, oficialmente, su contrato se formalizó la semana anterior, Eddy lleva desempeñando el cargo, de forma voluntaria, desde hace un tiempo. Su labor consiste en formar a personas en materia de la cultura de la población SC, pautas de comunicación, movilidad, etc. Posteriormente, se busca el perfil de voluntario adecuado para cada PSC y los ponen en contacto para poder empezar con las actividades que cubre el programa.

Para Eddy, el mayor problema de las PSC es su aislamiento. Es necesaria una mayor interacción del individuo con la sociedad. Los problemas de visión y de audición dificultan que las PSC puedan desarrollar actividades cotidianas tales como la compra, las gestiones bancarias, etc., por ello se ha creado este programa. Los GI profesionales, o los voluntarios, se personan en el lugar en el que son citados por las PSC, juntos realizan las gestiones y luego les acompañan de vuelta.

El entrevistador pregunta a Eddy cuáles son las barreras o retos con los que se encuentra normalmente. Eddy comenta que son muchas, empezando por las barreras de comunicación, ya que no es habitual encontrarse con alguien que hable LS. También existen barreras que surgen como consecuencia de los problemas visuales, como la dificultad para leer o para poder ver objetos o personas a distintas distancias.

La siguiente pregunta trata sobre las concepciones erróneas que la sociedad tiene sobre las PSC. Eddy dice que este también es un punto un poco decepcionante comprobar las actitudes discriminatorias que existen hacia las PSC. Opiniones como las de que no pueden tener un trabajo, que no pueden hacer muchas cosas y que es mejor, y más seguro para ellos, permanecer en casa. Este es otro reto al que se enfrentan las PSC: cambiar estas concepciones tan equivocadas.

Eddy nos cuenta luego que es perfectamente posible que las PSC hagan vida fuera de sus casas. Pueden salir a pasear, tomar el aire, hacer cosas con los amigos o con la gente de la asociación, ir de compras, etc., mantenerse activo y no quedarse encerrado en casa. Eddy explica que en la CNIB (Instituto Nacional para Personas Ciegas de Canadá) se organiza, cada viernes, una especie de reunión donde las PSC pueden hablar entre ellas, jugar a las cartas u otros juegos, entre otras cosas. Una especie de red social para las PSC.

El entrevistador le pregunta cómo contactar y dejar el currículum para participar en el programa. Eddy dice que cualquier persona que sepa LS y esté interesada en ser GI voluntaria o profesional debe contactar con la DSS (Sociedad de Servicios para SC). Estas solicitudes se derivan hacia el propio Eddy, que se encargará de la formación: las técnicas de movilidad (escaleras, pasos de cebra, pasos estrechos, etc.), la importancia de la información contextual (la distribución de una sala, información sobre lo que se escucha o el simple canto de un pájaro) y el feedback. Toda la información necesaria para que la PSC tenga acceso al mundo que le rodea en las mismas condiciones que podría tenerlo cualquier persona.

Preguntado sobre sus aficiones, Eddy sonríe y dice que le encanta leer, por ejemplo los libros de John Grisham. También le gusta mantener el contacto con su familia por e-mail y disfruta haciendo cosas con sus dos hijos, que le tienen muy ocupado. Gracias a los profesionales que trabajan con las PSC puede ir con sus hijos a la piscina u otros sitios. También solía practicar judo, hasta el punto de llegar a formar parte del equipo canadiense de judo de personas ciegas, pero tuvo que ir dejando al ir haciéndose más mayor. Compartía equipo con su hermano, también sordociego, los dos únicos sordos dentro del grupo. Pero eso no fue un impedimento para que incluso llegaran a las olimpiadas.

El entrevistador bromea sobre el cuidado que tiene que tener cualquier persona que pretendiera importunar a este judoka. Eddy se ríe y dice que, en efecto, si una persona decidiera atacarle en un callejón oscuro, debería pensarlo dos veces, ya que es probable que haciéndoles alguna técnica acabara reduciéndola. Ambos, el entrevistador y Eddy, se ríen.

La siguiente pregunta trata sobre objetivos de futuro. Eddy contesta diciendo que una de las metas en las que está trabajando es consolidar los servicios que desde su entidad dan a las PSC. La finalidad sería poder ampliar estos servicios y conseguir fondos de las administraciones para poder profesionalizar completamente el servicio, aumentando las horas en las que las PSC podrían disponer de un profesional para las actividades de la vida diaria que se explicaban antes (entre 20 y 30 horas semanales). Eddy añade que, además de la financiación pública, también son bienvenidas aquellas de carácter privado.

El entrevistador concluye la entrevista deseándole a Eddy lo mejor para el futuro y Eddy le responde con una sonrisa y un “¡gracias!”. Con este agradecimiento acaba el vídeo.

25. ELPAIS.com: Daniel Álvarez, Sordociego. La sordoceguera según Millás.



El siguiente vídeo pertenece a la serie “Vidas al límite”, que Juan José Millás, realizó para El País Semanal. Para la adaptación del mismo, se ha aprovechado el texto que le acompañaba cuando se publicó en el diario, el 3 de febrero de 2008. Al hacer referencia a dicho texto, se hará siempre entrecomillándolo.

“Daniel Álvarez no sabe cómo es el mundo que le rodea. Jamás ha visto el rostro de su mujer o de su hija. Ni siquiera ha escuchado su voz. Es ciego y sordo, pero ha logrado llevar una vida normal. Trabaja en la ONCE y es presidente de la Asociación de Sordociegos de España. Viaja, asiste a congresos internacionales y juega con su hija. Sus cinco sentidos están localizados en sus manos. Atrapado dentro de su cuerpo, sin conexión con el exterior, ha aprendido a valerse por sí mismo y se comunica con los demás por medio del tacto. Él inaugura Vidas al límite, la nueva serie de Juan José Millás para El País Semanal. Fotografía de Daniel Sánchez”.

El vídeo empieza con una pantalla totalmente negra y el sonido de una respiración. Se ve el logotipo de “ELPAIS.com”. Los créditos nos informan de que la adaptación del texto ha sido obra de Beatriz Rubio, la producción ha corrido a cargo de ‘prisacom’ y el realizador ha sido Álvaro de la Rúa.
“He aquí el relato de una peripecia personal extraordinaria, la de Daniel Álvarez, que, sordo desde los cuatro años y ciego desde los treinta, ha logrado construirse una identidad y una vida que llamaríamos normales, si "lo normal" no nos pareciera tan opaco”.

Mientras suena una música de fondo, aparecen unas imágenes de Daniel y, posteriormente, un rótulo con su nombre: Daniel Álvarez. Lo primero que vemos es una secuencia que muestra el trabajo de Daniel, dentro de la Unidad Técnica de Sordoceguera de la ONCE. Vemos cómo lee los correos en una línea braille, cómo se desplaza por el edificio, cómo se toma su descanso para fumar un cigarrillo o cómo se comunica con su guía-intérprete asistente, Yolanda de los Santos, que le interpreta desde las llamadas telefónicas, hasta lo que pregunta el camarero en la cafetería, sin perder ningún detalle de la información contextual que les rodea en cada momento.

“Casado con Helen y padre de Natalia, una niña de cinco años, Daniel despliega una intensa actividad profesional que le obliga a viajar con alguna frecuencia dentro y fuera de España. Jefe de la Unidad Técnica de Sordoceguera de la ONCE (que ocupa a 16 personas), además de presidente de la Asociación de Sordociegos de España, posee la medalla Anna Sullivan, que es la condecoración más prestigiosa y antigua en reconocimiento al esfuerzo realizado a favor de las personas sordociegas.

Aunque Daniel está siempre en el interior de su cuerpo (como cualquiera de nosotros, por otra parte), el hecho de que ni oiga ni vea nos obliga a tocarle (como el que llama a una puerta) para hacerle saber que estamos ahí. Hay personas especializadas en tocar a los sordociegos, intérpretes que deletrean sobre la palma de su mano las palabras del interlocutor con un sistema llamado dactilológico, que Daniel ha perfeccionado con elementos procedentes de la lengua de signos, alumbrando un método nuevo al que denomina Dactyls. Existe otra forma de comunicarse con él: a través del correo electrónico, pues posee un ordenador adaptado que tiene, bajo el teclado convencional, una línea braille que traduce a este idioma el texto que aparece en la pantalla visual. Gracias a este avance tecnológico, pudimos mantener una correspondencia por la que averigüé que había nacido, mediado el siglo pasado, en Olivenza (Badajoz), donde sus padres tenían un negocio de zapatería. Como tres de sus hermanos (son cinco), perdió el oído a causa de la estreptomicina, que en los años cincuenta se administraba sin control. Tanto sus hermanos como él son orales, lo que significa que, pese a no oír, aprendieron a hablar. A Daniel no resulta fácil entenderle a menos que estés muy familiarizado con su dicción, que ha perdido con el paso de los años una calidad que recuperaría recibiendo clases de logopedia para las que dice no tener tiempo. Al no oírse a sí mismo, su voz sólo está dirigida por su cerebro, de modo que ignora si habla alto o bajo, deprisa o despacio. Él afirma humorísticamente que las reuniones con los jefes le han estropeado el habla, porque siempre tienen prisa.
Aprendió a leer y escribir en un colegio de monjas de su pueblo, pero tomó la primera comunión sin haber aprendido a rezar, pues no era capaz de entender por labiolectura a la profesora, que, además de ser muy mayor, lo sentaba a su lado. Daniel movía los labios dejando escapar ligeros sonidos que logró hacer pasar por oraciones. Al problema de la sordera se añadió enseguida el de una miopía extrema que dificultó el aprendizaje de la lectura labial.
De aquella época, recuerda su lucha por demostrar a los compañeros del colegio que era un chico normal. Dice que acabaron aceptándolo porque jugaba bien al fútbol, aunque, dadas las dificultades para comunicarse con él, le hablaban poco. "La relación con mis hermanos", añade, "paliaba ese vacío".
A los 15 años perdió la visión del ojo izquierdo, pese a lo cual terminó el bachillerato elemental y comenzó a ir y venir de Barcelona, donde su problema con la vista era tratado en la clínica del doctor Barraquer. "Mi madre", recuerda, "se volvió sobreprotectora y no quería que fuera en bici ni que jugara al fútbol, pero yo me rebelaba".
A partir de entonces, completamente sordo y medio ciego, tuvo que abandonar los estudios y comenzó a echar una mano en la tienda de su padre. Aunque muy poco dado a la autocompasión, se refiere a aquella época, en la que empezaba a interesarse por las chicas, con cierto desgarro. Se recuerda viendo pasar a la gente al otro lado del escaparate de la tienda, mientras sus amigos permanecían en el colegio. Finalmente, dada la frecuencia de los viajes a Barcelona, la familia decidió trasladar su negocio a esta ciudad, donde Daniel comenzó los estudios de delineante y decoración (ambos a distancia), sin terminar ninguno por los problemas relacionados con la vista. Sí logró sacar adelante, en cambio, los de grabación de datos. Una vez aceptadas sus limitaciones, y en un intento por adaptarse a las circunstancias reales, empezó a frecuentar la asociación de sordos y a aprender la lengua de signos en compañía de sus hermanos.
En la asociación hace nuevos amigos con quienes va de excursión y practica el montañismo. De aquel tiempo, que discurría despacio, recuerda el gusto por los largos paseos. A veces entraba en librerías donde permanecía horas (una de sus frustraciones es no haber podido estudiar Filosofía y Letras), aunque raramente podía comprar un libro. Desde el punto de vista sentimental, la situación era de desastre. Conserva de sí la imagen de una persona divertida, pero con dificultades para atraer a las chicas, que se asustaban ante el problema de la sordera, acentuado por unas gafas de 25 dioptrías.
A los 23 años conoció a Asun, una chica oyente de su pueblo y amiga de su hermana menor, con la que se casaría cuatro años más tarde. Dice que hacían una excelente pareja, aunque los dos tenían un carácter muy fuerte. Entretanto, la ceguera, pese a las operaciones sucesivas, fue avanzando, de modo que a los 32 años ya no veía más que luz y unos meses más tarde era ciego total. Así las cosas, el matrimonio decidió volver a Badajoz, pues la vida en una gran ciudad, dadas las circunstancias, resultaba insoportable.
Atrapado dentro de su cuerpo, sin ver ni oír absolutamente nada, comenzó a leer mucho en braille y mediante una suerte de escáner capaz de traducir a este idioma cualquier texto, incluido el del periódico. Como no soportaba la inactividad, aprendió también a cocinar y a realizar tareas domésticas. Cada día se proponía nuevos retos, como arreglar una lámpara o colgar un cuadro. Cuando se le acabaron los retos caseros, empezó a marcarse desafíos externos, siempre con la ayuda de Asun, con quien empezó a frecuentar la ONCE. Por aquella época aprendió a leer y escribir en inglés, y dio alguna conferencia sobre la sordoceguera en Badajoz (su habla todavía era inteligible).
El 1985 fue un año decisivo, pues la ONCE le pagó la asistencia a la primera Conferencia Europea de Sordociegos, donde descubrió el mundo de los guías intérpretes, especialistas que actúan de enlace entre los sordociegos y el mundo exterior. Allí se hizo una pregunta clave: "Si otros pueden, ¿por qué yo no?". Elaboró entonces un proyecto de atención para las personas sordociegas que la ONCE aceptó, lo que implicaba trasladarse a Madrid y comenzar una vida nueva, laboralmente activa. Tal horizonte llenó de optimismo al matrimonio, que decidió tener un hijo. El embarazo y el parto discurrieron sin problemas, pero el niño falleció a los dos días de nacer. "Nunca", me contaría Daniel, "pudimos explicarnos esta tragedia".
Una vez en Madrid, y con Asun convertida ya en su guía intérprete, se dedicaron en cuerpo y alma al trabajo. El programa fue creciendo dentro de la ONCE, pero la relación entre ellos se deterioró, posiblemente, dice, por el hecho de trabajar juntos y de llevarnos los problemas y las tensiones a casa. El caso es que se divorciaron y ella se marchó a Inglaterra.
Tras valorar la posibilidad de regresar a Barcelona, donde vivían sus hermanos (sus padres ya habían fallecido), Daniel, resuelto a sacar adelante el proyecto que le había conducido a Madrid, decidió permanecer en esta ciudad, pese a no conocer a nadie en ella. Alquiló un apartamento de soltero cerca del Centro de Recursos Especiales Educativos de la ONCE, donde trabajaba, e intentó llevar una vida normal. Del apartamento al centro de recursos empleaba 20 minutos, que recorría cada día dos veces, una de ida y otra de vuelta, con la ayuda exclusiva del bastón. Las personas ciegas se orientan especialmente a través del oído. Los sordociegos, en cambio, sólo cuentan con el tacto. Excepcionalmente sensible a los estímulos externos relacionados con este sentido, a veces se guiaba por el roce del Sol en la cara. A primera hora de la mañana, sabía que el Sol se encontraba al Este, de forma que si se extraviaba, lo buscaba con su rostro. Para personas como Daniel, el Sol es de una gran ayuda excepto al mediodía, cuando se encuentra en el cenit. Al llegar a los semáforos, sacaba del bolsillo una "cartulina de comunicación" que colocaba en alto y en la que ponía: "No oigo ni veo. Si puede ayudarme a cruzar, agárreme de este brazo. Gracias". Siempre lleva encima varias tarjetas de este tipo, una para cada situación. No es raro que la gente, mientras le ayuda a subir al autobús o a cruzar la calle, le hable. Yo mismo, durante el tiempo que pasé con él, podía aceptar que estuviera sordo, o que estuviera ciego, pero no me acostumbraba a que tuviera los dos problemas al mismo tiempo. De otro lado, la ceguera es, en la mayoría de los casos, una carencia evidente, pero no hay ningún indicador externo de la sordera. A veces, en los pasos de cebra, que suele cruzar solo, levantando el bastón para avisar a los automovilistas, se acercan a él personas que le preguntan si pueden ayudarle y que, al no recibir respuesta, le toman por un maleducado.
Del olfato recibe una ayuda relativa, pues el olor, dice, deja de percibirse cuando es siempre el mismo. "La única forma de averiguar si he llegado realmente a mi casa", añade, "es ver si encaja la llave". Me cuenta, sin embargo, que en una ocasión se perdió y percibió un olor a café procedente de un bar en el que entró y, con una de sus "tarjetas de comunicación", pidió que llamaran a Yolanda de los Santos, su actual guía intérprete, para que fueran a buscarle.
Después de un tiempo de soledad, conoció a Helen, que trabajaba como guía intérprete y que sabía inglés, por lo que era perfecta para echarle una mano en las reuniones internacionales, a las que acudía ya con alguna frecuencia. La relación laboral evolucionó y acabaron enamorándose. Tras vivir juntos un tiempo de prueba, se casaron por lo civil. Las cosas al principio no fueron fáciles, porque Daniel había cogido durante la época en la que vivió solo una fuerte depresión que le condujo a la bebida, si bien asegura con ironía que se emborrachó por primera vez a los 40 años. Cuando las cosas mejoraron, hacia 2001, decidieron tener un hijo "sin miedo". En el momento del parto, Daniel permaneció en el quirófano con un guía intérprete que deletreaba sobre la palma de su mano cuanto ocurría fuera. Dice que fue muy emocionante y que la niña ha reforzado mucho su relación con Helen, cuyo undécimo aniversario celebraron recientemente.
Natalia nació en abril de 2002. Es una cría activa, guapa, muy seductora, que, como me explica su madre, es más consciente del riesgo que las niñas de su edad. Sabe, por ejemplo, que en su casa jamás debe haber cajones abiertos, o juguetes por el suelo, porque representan un peligro para su padre.
"Cuando era más pequeña -añade Daniel-, jugábamos al escondite, pero yo, claro, no la encontraba nunca, así que lo tuvimos que dejar, pero no fue fácil explicarle por qué. Ahora ya sabe que me tiene que tocar para que yo sepa que está ahí.
Ha comprendido la situación.
"Un día -apostilla Helen- se llevó al colegio fotos de un viaje de Daniel a Australia y explicó a toda la clase cómo era su padre. "Mi padre", dijo, "no ve ni oye, pero puede tocar canguros y koalas, y así sabe cómo son". Sus compañeros se quedaron muy impresionados.
Me contaban todo esto mientras desayunábamos en su casa, situada en un barrio de las afueras de Madrid, ciudad que él no ha visto nunca ni cuyos sonidos ha escuchado jamás, puesto que llegó a ella cuando había perdido ambos sentidos. Un poco antes del desayuno, mientras Helen y Natalia iban y venían de la cocina disponiendo la mesa, Daniel y yo habíamos permanecido sentados el uno al lado del otro algo violentos, me parecía a mí, por la situación. Yo carraspeaba de vez en cuando para que me tuviera localizado, aunque inmediatamente caía en la cuenta de que no podía oírme. Entonces, realizaba algún movimiento en apariencia casual para rozar mi brazo con el suyo, de modo que supiera que me encontraba junto a él. Natalia aparecía corriendo con las tostadas o las tazas y desaparecía a la misma velocidad. A veces, al depositar los objetos sobre la mesa, rozaba el cuerpo de Daniel, que alargaba su mano en un intento de atrapar la de la niña, que se le escurría entre los dedos como un pez. Mientras desayunábamos, Helen tecleaba sobre la palma de la mano del sordociego cuanto yo comentaba y me traducía sus respuestas, todo ello sin dejar de desayunar. Daba la impresión de poseer cuatro manos en vez de dos, o seis, si pensamos que también tenía que atender con alguna frecuencia a los requerimientos de Natalia. Les pregunté cómo discutían, pues no era capaz de imaginarme a la pacífica Helen escribiendo con furia un improperio sobre la palma de la mano de su marido. Se tomaron la pregunta con humor y Daniel añadió que él, al no ver ni oír, tenía ventaja en las peleas conyugales.
Tras el desayuno, Daniel salió a la terraza a fumar un cigarrillo. Comenzaba un amanecer que él no veía, al tiempo que desde el fondo de la calle llegaba un ajetreo de automóviles que él no escuchaba. Mientras Helen y Natalia recogían la mesa, yo observaba al sordociego desde el salón, fascinado por su hermetismo, intentando ponerme en sus zapatos. Pensé en su cuerpo como en un ascensor sin puertas y tuve una ligera reacción claustrofóbica. Él, ajeno a mi presencia, como una isla en medio del mundo, se llevaba el cigarrillo pausadamente a la boca, se tragaba el humo y lo expulsaba con la elegancia con la que en general realiza todos sus actos.
Aunque en negociados distintos, Daniel y su mujer trabajan en el mismo centro de la ONCE, al que acuden juntos en el coche cada mañana, después de que Helen haya dejado a la niña en el colegio, que está muy cerca de la casa. Por la tarde, él regresa solo en el autobús, pues no quiere perder la autonomía y la libertad conquistadas a lo largo de los últimos años. Aquel día acompañamos todos a Natalia al colegio y luego cogimos el coche. Helen conducía con la mano izquierda, mientras que con la derecha traducía sobre la mano de Daniel, que iba a su lado, mis comentarios y le ponía al corriente de las incidencias del tráfico. Le pregunté por sus recuerdos auditivos y me respondió que, aunque eran muy vagos, a veces fantaseaba con la idea de recuperar el oído e imaginaba con emoción la posibilidad de escuchar música.
"Mi padre -dice- tenía muy buena voz y cantaba en el coro de la iglesia. Yo estaba siempre allí, y es lo único que recuerdo.
En cuanto a su memoria visual, la recupera sobre todo en los sueños. Cuando sueña, ve a las personas con el rostro que tenían antes de que él perdiera la vista, hace ya más de veinte años. A su mujer y a su hija no las ha visto nunca, de modo que cuando sueña con ellas, no consigue distinguir su rostro. Ve caras borrosas.
"Cuando veía -añade-, era un buen fisonomista y me bastaba ver a la gente una vez para reconocerla. Hacerse idea de cómo es una persona con sólo darle la mano no es fácil. No obstante, yo puedo percibir a través de la mano algunas emociones. También soy capaz de calcular la estatura y la complexión de quien me saluda.
Esa mañana visité, en compañía de Daniel y de Yolanda de los Santos, su guía intérprete, una unidad de escolarización de niños sordociegos (algunos de ellos, congénitos) dependiente de la Unidad Técnica de Sordoceguera de la ONCE, de la que es responsable el protagonista de estas líneas. Había seis o siete niños atendidos casi por el mismo número de profesoras, pues la atención debe ser prácticamente individualizada. Cuando les comunicaron nuestra presencia, se levantaron para tocarnos. Resultaba evidente la naturalidad con la que se dejaba tocar Daniel y la barrera involuntaria con la que se encontraban al acercarse a mí, cuya rigidez sin duda percibían. Evoqué con sentimiento de culpa un texto del propio Daniel según el cual el uso constante del tacto para obtener información del entorno es fundamental, pues desarrolla en estas personas hábitos nerviosos, cerebrales y musculares que mejoran la capacidad de acceso a la realidad, llena de espacios vacíos, de agujeros, provocados por la falta del oído y de la vista.
Cuando estos niños tienen algún resto auditivo o visual, por pequeño que sea, se le saca el máximo partido. Me explicaron que lo fundamental era establecer la comunicación con ellos, no importaba cómo. Una vez establecida esa comunicación, se les podía ir dirigiendo poco a poco hacia una enseñanza reglada.
"Los sordociegos de nacimiento -insistiría Daniel- aprenden a base de tocar, tocar y tocar el mismo objeto muchas veces. Cuanto más tarde nos llegan, más difícil es su recuperación. No es raro, por otra parte, que los lleven a colegios de deficientes mentales, lo que es un modo de determinarles para el resto de su vida.
Pasamos la mañana visitando las distintas dependencias de la unidad y luego nos fuimos a comer. A la comida se incorporó también Helen. Daniel se sentó entre Yolanda de los Santos y su mujer, que se turnaban para explicarle, una en cada mano, cómo era el restaurante y nuestra situación en él. Helen, para ejemplificar el rechazo que la diferencia, en general, provoca en los otros, contó que a su abuelo, cuando tuvo noticias de su boda con Daniel, lo primero que se le ocurrió fue que se casaba con un cadáver. En cuanto a su hermana, pensó que iba a ser un hombre calvo, barrigón y feo. Todo ello contribuyó a que no fuera una decisión fácil. Me hizo notar también que no es lo mismo querer a alguien que convivir día a día con la sordoceguera. Por eso vivieron juntos un año antes de pasar por el juzgado.
"Aun así -añade-, perdimos algunos amigos por el camino, porque yo me negué a ser sólo su intérprete. Quien quiera comunicarse con Daniel, ha de hacerlo directamente con él.
"Pero tú eres un poco rara, ¿no?" -me atrevo a apuntar.
"Quizá sí. A veces, cuando vamos juntos a recoger a Natalia al cole, algunos padres se apartan. Por lo general, pienso que ellos se lo pierden, pero lo cierto es que a veces me siento una isla con él.
Mientras hablo con Helen, Yolanda traduce a Daniel nuestra conversación. No dejan un solo segundo de informarle de cuanto ocurre fuera de él, ya sea que ha venido el camarero para preguntar si todo está bien o lo que hay en el plato de cada uno. Quince segundos sin tocarle son 15 segundos de aislamiento absoluto, de vacío. Daniel, por otra parte, es un conversador muy activo. Me cuenta que en EE UU y los países nórdicos hay comunidades de sordociegos donde todo está preparado para que lleven una vida normal, autónoma, de modo que lo mismo acuden al supermercado que a los centros de reunión completamente solos. En España no existe ninguna comunidad de ese tipo, lo que, añadido al problema de que se trata de colectivo muy disperso, hace las cosas más difíciles. En esto, observo que Yolanda escribe sobre su mano algo que no se corresponde con lo que hablamos.
"Le acabo de decir -me explica- que tiene el carpaccio en las nueve menos cuarto.
En su código, el plato está dividido en las mismas partes que un reloj, por lo que basta que le indique una hora para que él localice la comida. De todos modos, Daniel no necesita ayuda para comer. Se relaciona perfectamente con todos los utensilios. Encuentra la copa o el pan sin dificultad, rastreando sutilmente el mantel con la punta de los dedos. Yolanda me explicaría más tarde que se trata de una persona exquisita en sus habilidades sociales. Su grado de autonomía es muy alto en todos los órdenes de la vida cotidiana. Cuando viajan, por ejemplo, tras explorar juntos la habitación del hotel y el cuarto de baño, para que se haga una idea espacial del lugar en el que se encuentra, se queda solo y es muy raro que necesite la ayuda de su guía intérprete. Nunca, en los numerosos viajes que han realizado juntos, ha ocurrido nada digno de reseñar, excepto una vez que se lavó la cabeza con el suavizante del pelo”.

Vuelve la pantalla a negro. Vemos ahora cómo se las ingenia Daniel para volver desde el trabajo hasta su casa, totalmente solo.

“Después de la comida, y tras resolver alguna cuestión de última hora en el despacho, Daniel dio fin a su jornada laboral y emprendió el regreso a casa seguido a cierta distancia por mí, que quería ver cómo se manejaba solo en la calle. (Conviene añadir que durante los últimos dos meses, y debido a unas obras llevadas a cabo en su domicilio, Daniel y familia habían vivido en un apartamento de alquiler situado en otro barrio. Aquel viaje era, pues, el primero que realizaba tras esa larga ausencia).
En alguna ocasión me había comentado que era "rápido, pero prudente", lo que comprobé mientras observaba su forma de moverse por las calles, tanteando el terreno con el bastón, que utilizaba como una terminación nerviosa de sí mismo. En los pasos de cebra lo levantaba, colocándolo de forma perpendicular a su cuerpo, y, tras esperar unos segundos, cruzaba. En los semáforos, sacaba una tarjeta de comunicación y esperaba a que alguien lo tomara del brazo para llevarle al otro lado. Alcanzó así, sin problemas, la parada del autobús, cuyos alrededores exploró antes de colocarse bajo la marquesina. A continuación sacó una tarjeta que sostuvo durante unos segundos a la altura de su cabeza y en la que ponía: "Sordociego. Ayúdeme a subir. Bus 174". Al poco, una señora le tocó el brazo en señal de que había establecido contacto con el exterior. Daniel guardó la tarjeta y esperó pacientemente la llegada del autobús, cuyo conductor, que le conocía, dijo a la señora que le había ayudado a subir: "No ve ni oye. Tiene mérito".
El sordociego ocupó un asiento libre cerca del conductor y yo me situé unos metros detrás de él, tomando nota de su imperturbabilidad, de su saber estar, de su aplomo. Se desenvolvía sin miedo (sin pánico, cabría decir) a que en las tarjetas de comunicación no hubiera en realidad nada escrito, o a que la parada del autobús estuviera vacía, o a que al avanzar el pie, en lugar de encontrar el suelo, hallara un abismo" En el entorno del sordociego, me explicaría, suceden constantemente cosas en las que está implicado sin saberlo. En cierta ocasión, y por culpa de la entrada de un garaje cuya ausencia de acera le despistó, acabó en medio de la calle, rodeado de coches que, según le contaron después, no hacían más que pitar.
"Para alcanzar un mínimo de autonomía -dice- se necesita tener un gran control sobre uno mismo, serenidad, capacidad de deducción y de resolución de problemas, y mucho sentido práctico.

Provisto de esas cualidades, que son el resultado de una conquista personal, Daniel se levanta cada día de la cama, se asea, elige la ropa (le preocupa mucho la combinación de colores) y se enfrenta con una elegancia sorprendente a una dura jornada de trabajo que es también (o me lo parece a mí) una dura jornada existencial. Un día le pregunté si había precisado en alguna ocasión ayuda psicológica. Me respondió que tratara de imaginar a una persona que ni ve ni oye frente a alguien que trabaja fundamentalmente con la palabra. Maldición, me dije, otra vez había olvidado que el problema de Daniel era doble. Aun así, añadió que fue, en efecto, a un psicólogo tras la disolución de su primer matrimonio, pero no pudo resistir mucho tiempo porque tenía que acudir, lógicamente, con un guía intérprete, lo que hacía casi imposible el tipo de comunicación personal que debe establecerse en tales consultas. Me contó también que era muy difícil encontrar sordociegos sin tratamientos antidepresivos o sedantes, sobre todo si no llevaban una vida muy activa. "Tengo la vaga duda", añadió, "de si mi médico oftalmólogo añadía al tratamiento de los ojos algún calmante para paliar mi angustia en los tiempos de mis operaciones". En general, Daniel rechaza los antidepresivos porque le hacen sentir raro, como si fuera otra persona. Sospecha, por otra parte, que la pasividad de muchos sordociegos proviene de este tipo de tratamientos, aunque se trata de un colectivo con el que es muy difícil realizar estadísticas.
En esto, llegamos a su parada, porque Daniel se levantó y se colocó cerca de la puerta. Lo seguí y bajamos en un lugar completamente desconocido para mí y donde además no había un alma. Sin ser de noche, la tarde tenía ya ese tono turbio que precede a la oscuridad. El sordociego tanteó con la punta del bastón los límites de la marquesina del autobús y fue a tropezar con un contenedor de zapatos viejos que tapaba casi toda la acera y cuya presencia me pareció que le extrañaba (quizá lo hubieran colocado a lo largo de esos dos meses que había vivido en otro barrio). El caso es que el contenedor, deduje yo, lo desvió de su rumbo y comenzó a errar peligrosamente de un lado a otro. Se me había dicho que no me acercara a él a menos que se encontrara en una situación dramática, pero miré a mi alrededor y, al no ver a nadie capaz de ayudarle, me aproximé y tomé su mano, en cuya palma escribí con mi dedo índice: "Te has desorientado". Daniel asintió, añadiendo que llevaba mucho tiempo sin hacer ese camino. Lo conduje de nuevo a la marquesina, cuyos alrededores exploró en esta ocasión con más detenimiento para tomar al fin el camino correcto. Cuando llegó al portal de su casa, me acerqué de nuevo a él, le toqué y nos dimos un abrazo de despedida a lo largo del cual yo pronuncié absurdamente unas palabras”.

La siguiente parte del vídeo nos muestra a Daniel en su vida familiar, con su mujer, Helen, y su hija, Natalia. Helen también se sirve del Dactyls para hacer llegar a Daniel todo lo que ocurre. Natalia, pese a su corta edad, ya es muy consciente de la realidad de su padre y ya sabe, por ejemplo, que en su casa no debe haber nunca ningún cajón abierto ni juguetes por el suelo, por el peligro que representan para su padre. También sabe de la importancia del tacto, que es fundamental para que su padre sepa que está junto a él. En esta parte del vídeo vemos imágenes de cómo es una comida familiar o de cómo Daniel y Natalia juegan juntos.

La última parte del vídeo, nos muestra cómo Daniel y Helen, después de dejar a su hija en el colegio por la mañana, acuden al trabajo. Los dos trabajan en la ONCE, pero en negociados diferentes. Durante el trayecto en coche, vemos que Helen nunca deja de transmitir información a su marido mediante el Dactyls. El narrador del vídeo nos dice que así es como empieza el día laboral para Daniel Álvarez, “Daniel se enfrenta cada mañana, con una elegancia sorprendente, a una dura jornada de trabajo que sin duda es, también, una dura jornada existencial”. Tras esto, un fundido a negro pone fin al vídeo.
http://www.elpais.com

24. Carlos Martínez Sordociego paracaidista



Empieza el vídeo con una imagen del logotipo de una empresa que organiza saltos en paracaídas en tándem: “Skydive Empuria Brava”.

Después, aparece Carlos Martínez, un hombre sordociego. Carlos saluda a la cámara y aprovecha para dar las gracias a la persona que le ha convencido para saltar. También nos comenta que ha venido a saltar junto con tres personas más, tres estudiantes, y que el es el único sordociego. Nos dice que, de momento, en tierra, se siente muy tranquilo pero que los nervios ya aflorarán cuando se encuentre a tanta altura, preparado para saltar y vivir la experiencia.. Sonríe y da las gracias a la cámara.

Cambia la imagen y vemos ahora los preparativos para el salto. Primero vemos cómo el grupo se dirige hacia la avioneta. Carlos, y la chica que en ese momento le acompaña, saludan a la cámara. La avioneta, con una hélice en cada ala, es azul, con los bajos blancos, separados ambos por una línea naranja.

Vemos al grupo, ya perfectamente equipado, subir a bordo. Un plano de un altímetro de mano nos muestra la altitud en tierra: 0 metros. Durante el aterrizaje, le preguntan a Carlos si está nervioso, pero el contesta con una risa.

El altímetro ya marca los 2000 metros de altitud, y vemos imágenes del paisaje que se ve desde la avioneta. Más tarde, ya son 4000 los metros que separan a los saltadores del suelo. Vemos a Carlos recibiendo las últimas instrucciones mientras el monitor que saltará con él ajusta el equipo. El salto ya está cercano y se empiezan a notar algunas caras de nervios. Carlos se coloca tal como le indica el instructor y se abre la puerta. Unos momentos después… el salto.

Una cámara, que lleva otro paracaidista, nos muestra el salto de Carlos y el monitor que le acompaña. Durante un rato, los vemos descendiendo en caída libre. Carlos sonríe y saluda a la cámara. Entonces, el monitor le avisa y, posteriormente, abre el paracaídas. En un descenso más tranquilo, vemos como se aproximan al aeródromo. Cada vez más cerca, más cerca, más cerca… primero aterriza el cámara y segundos después lo hacen Carlos y su instructor.

Mientras aterriza el resto del grupo, Carlos le da la mano al instructor y dice que la experiencia ha estado “muy bien”, su cara refleja la emoción de todo el salto. El propio Carlos explica a la cámara cómo ha sido y dice, literalmente, que ha estado “de puta madre”. Nos explica como han subido hasta los 4000 metros, donde el aire estaba muy frío. Luego cómo, al abrir las puertas, ha sentido la fuerza del aire en su cara y, más tarde, cómo ha sido la caída ha tanta velocidad. Carlos está visiblemente emocionado y dice que la experiencia ha estado muy, muy bien.

En la última imagen, vemos a Carlos comentando la experiencia con las tres personas que le han acompañado en este día. Vemos que dice que todo ha salido “perfecto”. Con esta imagen acaba el vídeo.